viernes, 22 de febrero de 2008

EL SOLITARIO

Había comenzado a llover, Gerardo se apretujó contra el árbol.
Encogió las rodillas y trató de dormitar. El invierno se hacía sentir.
El fuerte viento hacía que algunas gotas le rozaran el rostro.
Ya pronto amanecería, si su padre despertaba y no lo encontraba recibiría una paliza. Su vida estaba signada por la soledad y el desconsuelo. Su madre se había ido con un hombre joven cansada de la pobreza y los malos tratos que recibía. Su padre era sepulturero en uno de los grandes cementerios capitalinos. Con sus apenas once años
vendía flores y hacía mandados. A veces, cuando era muy pequeño lo llevaba con él y lo dejaba al cuidado de una vieja y generosa florista que tenía su puesto en una de las entradas, donde Florián trabajaba.
El muchacho se sentía atraído por ese lugar. El cantar de los pájaros,
el verdor de los árboles y el silencio. Su alma albergaba un misticismo del que todavía no era muy consciente, pero que intuía.
La muerte era inexplicable para él, pero no sentía miedo. Cuando se escapaba de la vivienda precaria que habitaban construida con madera y chapas en un terreno abandonado, se refugiaba entre las tumbas, le fascinaba caminar entre ellas y experimentaba un extraño placer.
Había encontrado un hueco por donde acceder sin ser visto.
Su padre falleció cuando él tenia trece años y la florista que le había tomado cariño se ocupó de su educación. Su inteligencia se puso de manifiesto en lo rápido que comprendía. Cuando terminó el bachiller, estudió teología, ciencias afines con el ocultismo, buscando respuestas
recorrió el mundo. Devoraba libros cuyos temas estuviesen relacionados con la vida y la muerte. Se había convertido en un solitario , pero a pesar de la pena que llevaba en el corazón por su niñez atormentada, la fortaleza interior lo sostenía.
Siempre se sintió diferente, percibía una conexión energética entre la tierra y el mas allá. Ateo por naturaleza, se vanagloriaba ante el estrecho círculo de amigos, de no creer ni en Dios, ni en el Diablo. Ya nada quedaba de aquél pobre muchachito sin destino, la vida le había dado una oportunidad y él la había aprovechado.
Una noche el deseo imperioso de regresar al lugar de sus caminatas, lo invadió.
En un lugar del recorrido, sintió que lo tironeaban hacia atrás. Gritó, se sacudió, no había forma de zafar, era como si una fuerza sobrehumana lo quisiera arrastrar hasta la tumba abandonada que se encontraba a diez centímetros de sus pies. La oscuridad absoluta lo envolvió. El silencio se apropió de la noche. Un cuidador lo descubrió
Con la boca abierta y un gesto de terror en la cara.
Cuando llegaron los investigadores y peritos descubrieron la estaca aun con el resto de tela donde se había enganchado su negra capa comprada en un distinguido local de Paris.
Si Dios o el Diablo, el secreto se lo llevó consigo.

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