jueves, 30 de septiembre de 2010

Mudos Testigos

Le faltaba el aire. Marchaban tan juntos que sintió como si alguien apretara su garganta.
Calor, el sol le envolvía el cuerpo.
El asfalto caliente, el ruido de las botas al pisar fuerte, combinaban sonidos extraños.
El desfile siniestro, ese del que el formaba parte pronto finalizaría.
El cese de la guerra dejo las calles en silencio. Vacías, tristes, sin futuro. Desolación y sangre.
Eternas testigos del olor a pólvora.
Castigadas por no tener olvido.
El tiempo y las lluvias borraran las huellas.
Sobreviviente y andariego el destino lo sitúo en calles diferentes.
Respira olor a fresas y el clamor de las risas reemplazando tambores.
Las calles del pasado solo son un recuerdo.
SILVIAN: FABIANI

miércoles, 8 de septiembre de 2010

EL MUSICO

Lo cruce varias veces en el hall de entrada del edificio, serio, varonil, esbozaba una tenue sonrisa como saludo.
A veces coincidíamos con subir al ascensor, me cedía el paso con un gesto galante Le agradecía con una sonrisa y eso era todo.
¿Era todo?
Vivía en el tercer piso y yo en el segundo.
Durante la semana se ejercitaba y los sábados era un verdadero concierto. Desde muy temprano el saxofón sonaba al menos para mis oídos con una carga sensual irresistible.
Entonces todo se transformaba
Mi cama se convertía en un campo de batalla, los acordes
estrujaban mi cuerpo en actitud profana, y al horadar mi gruta, las tripas se enlazaban sin recato
Los órganos salían despedidos como títeres, que al ritmo de su melodía, bailoteaban grotescos a mi alrededor.
Música embrujada que aceleraba el latir de mi corazón y me trasladaba a un mundo perfecto.
Todo acontecía en segundos interminables de placer infinito.
Después, el letargo, el ruido de su paso firme al subir la escalera y el golpe de la puerta al cerrarse detrás de el .
Y otra vez el silencio que me expulsaba a la rutinaria soledad.

Silvia N. Fabiani

lunes, 6 de septiembre de 2010

Streep Tease

Penumbra, las volutas de humo se dispersan en el aire. La música tenue acaricia el oído.
Las muchachas en la tarima se contonean mientras las camareras satisfacen los pedidos de los clientes.
Los hombres ansiosos beben y ríen, beben y esperan.
Ella cubierta de velos multicolores y con la mirada ausente espía al público por un orificio disimulado.
Aplausos, la impaciencia del gentío la excita.
Es su momento, los aplausos se acrecientan, y un foco azulado que ilumina su figura.
Abre los brazos mientras se inclina, el movimiento estudiado de su cuerpo, la piel transparente, los ojos cargados de maquillaje y el aroma sensual que se respira, los embruja.
Caderas ondulantes, y cae el primer velo.
Sentada, estira una de sus piernas y apoya su brazo sobre la que tiene encogida, cambia de posición y abre sus piernas en ademán provocativo.
Sus lunas llenas al desnudo, despojada de gasas, se abraza al caño que decora el escenario, seductora.
Se escuchan silbidos de aprobación, también aplausos.
Comienza a deslizarse como un felino que se acerca a su presa,
Cautelosa, logrando el efecto deseado.
Cae la última prenda, la euforia llega a su máximo grado.
Se disipa la magia y vuelve la rutina al salón, mientras una mujer con el rostro humedecido se aleja corriendo por las grises calles de un otoño olvidado.
MANBRU SE FUE A LA GUERRA


Infancia feliz la suya, paso por su mente como una película.
Estaba en medio de esa guerra despiadada e inconducente, intuía que mientras ellos se mataban en el campo de batalla, a los gobernantes obstinados no les importaban sus destinos
Se enorgullecían de sus relaciones diplomáticas y aparecer en la portada de los diarios como bien intencionados en las negociaciones.
El silbido de las bombas lo ensordecía. Recordó sus años jóvenes cuando sus ideales lo motivaron para ser el mejor soldado.
Ahora muy cerca del final, el anonimato y la soledad eran la única verdad.
Mambrú se fue a la guerra, esta vez le pareció que los niños estaban muy cerca.
Había poco tiempo, las esquirlas de una explosión, lo derrumbaron.
Se agarro el abdomen con su mano y sintió el liquido caliente mojándole los dedos.
Se moría. Necios los hombres que luchan por tierras, sin medir las consecuencias, pensó. Con el tiempo solo serán tumbas.
Los niños lo rodeaban cantando muy fuerte, Mambrú se fue a la guerra.
Un halo de luz le hizo entornar los ojos.
La paz lo abrazo. Mambrú se fue a la guerra.

Silvia N. Fabiani