martes, 6 de mayo de 2008

EL REGRESO

Entornó los ojos, el ruido de las turbinas anunciaba la partida del avión, la voz del piloto les daba la bienvenida, deseándoles un viaje placentero.
Martha aun no podía creerlo, había decidido hacer ese viaje, y ya estaba allí rumbo a Europa, precisamente a ese lugar donde doce años de su vida transcurrieron intensos e imborrables. Los recuerdos entablaban una lucha interior por acomodarse correlativamente.
Treinta años habían pasado, pero todo seguía tan nítido en su memoria como si fuese ayer. Su abuelo materno oriundo de uno de los cantones suizos, había emigrado hacia Sudamérica, formando una familia numerosa que con el tiempo se convirtió en un clan. Con costumbres muy arraigadas, el conocimiento de algunos idiomas permitió transmitirles a sus hijos canciones que alegraban las fiestas familiares, comidas autóctonas y conceptos de vida. Ella había crecido en ese ambiente y soñaba con conocer la tierra de sus ancestros.
Cuando conoció a Michael no dudó en aceptar su proposición de casamiento.
El le llevaba diez años y sus padres habían regresado a Alemania después de residir treinta y cinco años en Argentina donde tuvieron una cadena de casas de comidas.
Tampoco dudó cuando sus suegros les propusieron ir a trabajar con ellos en el restaurante que habían adquirido. Todo era novedoso para ella y su capacidad de adaptación le permitió rápidamente adquirir el conocimiento del idioma.
Muy joven, con ansias de aprender y disfrutar cada segundo lo que la vida le ofrecía, no pensó que el destino iba a actuar independientemente de lo que ella deseaba. Su familia política la acepto y trató con cariño aun en los momentos de adversidad.
Viajes, paseos y reuniones colmaban su vida. Los feriados, Pascuas, aniversarios, Navidad y Año Nuevo, se festejaban en Saint George. En ese lugar se respiraba un aire diferente, por allí habían pasado Marlene Dietrich, Curd Jurgens, (el famoso actor de las películas de guerra) que tenía su s campos en Berlín y venía a comprar caballos al Stud que estaba en las cercanías. Willy Milowitsch, artista cómico, Gunter Grass, Peter Alexander intérprete de canciones austriacas que ella tanto admiraba y tantos otros personajes famosos .Con los años, se enteró que Hitler y Goring lo habían elegido para sus reuniones privadas. Se disgustó al pensar que podía haber estado sentada donde ellos. Genocidas, ávidos de poder que sumieron al mundo en guerras inconducentes. Los pueblos callan por temor, sin saber que la carga histórica de culpa los asediará de por vida. >Pensó Martha
Una noche de carnaval, mientras todos bebían y festejaban, ella se dirigió hacia el guardarropa, al pasar por la barra, sus miradas se cruzaron. Era el violinista de la orquesta, hacía tiempo que notaba que la observaba con insistencia.
Esa noche ocurrió el accidente, cuando regresaban a la ciudad, ella salvó su vida milagrosamente, pero su esposo falleció. Se lloró todo, hasta que el corazón encontró consuelo. La rutina de los festejos en Saint George propiciaron el romance con Stefan.
Los encuentros furtivos, el apasionado amor que los unía, no lograron vencer el sentimiento culposo de Martha pues, él no era libre.
Una noche, tomó la decisión de regresar a Sudamérica. No hubo despedidas, ni palabra alguna entre los dos. La voz de la azafata solicitando colocarse los cinturones de seguridad, la trajo a la realidad, aterrizarían en Roma, para luego continuar el viaje hacia Francfort. Desde allí debía tomar un autobús que la llevaría hasta el Hotel Saint George. El viaje fue cansador pero la ansiedad la mantenía en un estado de excitación constante.
Por fin había llegado, el primo Herbert la recibió calurosamente, la abrazó e hizo que personal del hotel cargara sus valijas hasta una de las la habitaciones.
Hablaron de la familia, muchos ya no estaban, el tío George y la tía Emma , los padres de Herbert, habían partido casi juntos, Se amaban tanto que era imposible que uno de ellos pudiera sobrevivir sin el otro. Descansó unas horas y se preparó para bajar al salón como en el pasado, poniendo atención en cada detalle de su atuendo.
Las sienes blanquecinas y alguna que otra arruga demostraban el transcurso del tiempo.
Los integrantes de la orquesta ensayaban sonidos. Buscó a Stefan en el grupo pero no lo encontró, si identificó a alguno de sus colegas.
Se sentó en la misma mesa que ocupaba la familia, muy cerca de la tarima, uno de los músicos la reconoció, se acercó a ella y la saludó efusivamente. Supo que Stefan había perdido el interés por la música, sin ella como espectadora, no encontraba placer en ejecutar su instrumento, regresó a su Polonia natal y nadie lo volvió a ver.
Dejó un sobre para ella, por si regresaba. Le había compuesto una canción .Esa noche la interpretarían .Los acordes del Vals la emocionaron, al finalizar la pieza se retiró de la sala y se sentó en el borde de la fuente de piedra que aún continuaba vertiendo el agua cristalina y helada con la que ella a veces, atrevidamente lo salpicaba. Los ojos empañados por lágrimas se elevaron al cielo, otra vez el destino le jugaba una mala pasada, pero ya no estaría sola, el espíritu de Stefan la acompañaría siempre.
Sylvie

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