Diferencias
En ese edificio siempre había que hacer algún arreglo, si bien estaba bastante conservado, sus cuarenta años de existencia requerían de mantenimiento.
Estaba harta de que los obreros le dejaran el departamento sucio.. Cuando no era el cambio de caños de agua, era la restauración de las medianeras por filtrado de humedad.
Vivía en el segundo piso, debajo en el primero, había dos patios.
El silletero pasaba la soga y preparaba sus elementos desde allí.
A veces lo escuchaba hablar con su vecina, desde muy temprano.
No la dejaban dormir.
Se ponía nerviosa y por mas que intentara conciliar el sueño, era inútil, sus ojos permanecían abiertos y sus oídos atentos.
Según le comentaron, el hombre era paraguayo.
Cuando advirtió que le había manchado el toldo verde con enduido blanco, se puso frenética, además con el rasqueteo de pared le caían pedazos de revoque en los bordes de las ventanas.
Llamo a la administración para quejarse, pero el siguió salpicando vidrios, esta vez con pintura.
Abrió la ventana con fuerza, el levanto la mirada mientras escuchaba lo que le decía.
Tenga mas cuidado. ¿ No se da cuenta como mancha con esa pintura?
Hago lo que puedo, contesto secamente.
Y comenzó a tirar de la soga elevándose hasta que desapareció en los pisos superiores.
¿Qué se cree esta mujer? Mago no soy. Su vida, su pobre vida había sido tan azarosa, casi analfabeto, con inclinación a la bebida, hacia ese trabajo arriesgado para sobrevivir.
Era consciente que si caía, era el fin. Muchas veces pensó que fácil le seria terminar su calvario.
Alicia se sintió mal esa noche, fue como si el techo se le viniera encima y la aplastara, le faltaba el aire.
La soledad la acosaba y la sumía en pozos depresivos
A la mañana siguiente, se sentó en la cama y repaso sus decepciones.
Su holgada vida económica no la había favorecido sentimentalmente, los hombres se le acercaban por su dinero.
Se acerco lentamente a la ventana, espío como si se sintiera culpable. Un sentimiento de pena, la invadió.
Ese silletero de piel oscura, ropa sucia y de aspecto ordinario le recordaba a un hombre de villa.
¡Cuantas carencias tendría! Pensó.
Fue a la habitación de servicio donde guardaba objetos en desuso, busco ropa, encontró camisas y pulloveres, seguramente de algún viejo amante, puso todo en una bolsa de supermercado junto con una botella de ron que estaba por la mitad y que ya nadie bebería.
Le grito con una voz aguda, Señor, prepare esto que seguramente le servirá, y esto otro mostrándole la botella, que lo reanimara y le aliviara el cansancio.
Creyó ver que se le iluminaban los ojos.
Gracias doña, hace mucho tiempo que no recibo regalos. Ataje, aquí va. Y le tiro la bolsa.
Lo hizo como si fuese un experto jugador de rugby, mientras que una sonrisa le salio casi sin querer.
El atardecer dibujaba sus primeras sombras.
Silvia Noemí Fabiani
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