lunes, 14 de julio de 2008


Brisas del pasado
Amalia se miró al espejo. Profundas ojeras surcaban sus ojos.
Esta había sido la noche mas larga de su vida.
Los recuerdos no le permitían conciliar el sueño. Una y otra vez la figura de Raúl se le presentaba persecutoria y exigente.
Hacía veinte años que no se veían. Ella sabía muy bien dónde ubicarlo pero de acuerdo habían decidido no verse, ni comunicarse.
El estaba en Europa según un amigo de los dos y ella había reincidido en una relación rutinaria y aplastante. Reconocía y asumía la depresión que la invadía.
El llamado la conmovió, más aun cuando le dijo que deseaba verla. Guardo silencio y por fin accedió.
Estaba de paso por Sudamérica en un viaje de negocios.
Se verían en ese bar, donde tantas veces se cobijaron de miradas extrañas.
Desde allí caminaban hasta la plaza acaramelados como dos adolescentes. Cuando estaban juntos el mundo desaparecía.
Se maquilló suavemente y se puso el trajecito gris que a el tanto le agradaba.
Si se apuraba alcanzaría el tren de las dieciocho que era semirapido y no venia tan completo. Se ubico en el último asiento, del lado de la ventanilla. Le encantaba mirar lo que pasaba delante de ese gran marco de madera complementado con la sinfonía galopante que ejecutaban las ruedas sobre las vías.
Pensó en lo felices que eran, despreocupados y joviales.
¿Estaría igual? ¿La recordaría como ella a el con verdadero afecto?
Un vendedor ambulante le ofreció un chocolate y la distrajo por un momento de sus pensamientos. En la próxima estación debía descender.
Al llegar a la puerta del bar las piernas le flaquearon pero se irguió
y trato de sobreponerse.
Las canas surcaban sus sienes, pero se conservaba delgado y su límpida mirada era la misma de entonces. Se abrazaron en el discreto aparte. Cuando salieron, la noche había esparcido sus sombras.
Se despidieron mirándose a los ojos, los dos comprendieron que el tiempo deja huellas. SYLVIE

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