sábado, 30 de octubre de 2010

Barrio
Veredas gastadas mordidas por el tiempo,
sumisas, al paso crujiente del soldado.
El presuroso andar de una muchacha.
Alegre correteo de un niño alborotado
y el deslizar pausado de un anciano.
Veredas que saben del varón herido,
y lagrimas furtivas.
Que callan amores, de risas y huidas.
El viento acaricia y la lluvia calma
en la plaza sola, tan sola que amarra.
Veredas eternas, roídas, sin brillo.
Tan quietas, tan frías, pero también vivas.

Silvia N. Fabiani.

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