lunes, 14 de junio de 2010

ARENA

Sentía que el sol le calcinaba los huesos, pero era placentero. Toda su vida había deseado estar así, sobre la arena brillante.
Solo un pequeño almohadón donde apoyarse, sin horarios ni compromisos diplomáticos. Era su propósito, descansar la mente y el cuerpo, creía habérselo ganado.
Dedico su vida a la familia y también a causas perdidas que terminaron afectando su salud.
Estaba allí, dentro de ese sueño que siempre rondaba sus pensamientos.
El negro la saco de su abstracción
¿ Desea la señora tomar un refresco?
Si, un jugo a base de piña, hielo y cointreau.
Nadie la reconocería, ella que no bebía alcohol, que no usaba malla por que había engordado,
Lanzo una carcajada, nunca se reía fuerte. La playa escogida, selecta y con poca gente la invitaba a liberarse. Un sombrero de color beige con una cinta bordo le cubría la cabeza y los lentes de sol con el armazón blanco, tipo diva de Hollywood que en un gesto espontáneo le regalara su amiga Dora.
Miro a su alrededor, el ruido del mar, las gaviotas revoloteando, el cielo tan azul completaban un paisaje de ensueño.
Perfecto se dijo pero el recuerdo insistente de Gerardo y el desencanto confundían sus pensamientos.
¿Fue un amor imposible? ¿ Una jugarreta del destino?
Los hechos vertiginosos, no dieron tiempo a pensar.
La enfermedad terminal fue sorpresiva y cuando ella angustiada intento
reconfortarlo, le envío ese E-mail cruel y descarnado, le reprochaba el haber jugado a la esposa ideal .
La odiaba. Y hasta nunca le escribía. Decidió cortar el contacto amistoso que mantuvo con el, aunque el verdadero sentimiento era otro. Reprimido, pero otro.
La intervención había sido un éxito. Su apego a la vida ayudo en su recuperación, aunque la sombra de la incertidumbre lo cercara.
Y ella del otro lado del mundo, acariciada por el mar.
No quiso regresar
Nadie supo donde fue, la noche se la llevo de fiesta.

Silvia N. Fabiani

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