miércoles, 2 de junio de 2010

Confesión

Se asomo por la ventanita del confesionario y la vio de espaldas, caminando erguida hacia la salida de la iglesia, no dudo cuando pensó que había sido una hermosa mujer, todavía conservaba su piel blanca y suave, cada vez que lo saludaba y su mano de dedos largos apretaba la suya, podía apreciarlo.
Hacia un año que el Padre Rafael era su confesor. Ella le pidió que fuese dentro de la capilla, la iglesia católica se había modernizado como para que el sacerdote pudiese hablar cara a cara con sus fieles.
Ella no se atrevía. Un día sintió la necesidad de exteriorizar todo lo que venia acumulando durante tantos años. Este era el momento.
Le habían sugerido a ese párroco por comprensivo y experto en temas de la vida.
Ella acusaba en su haber un pasado. Registraba un divorcio. Un hombre que la había amado a su manera y colmaba sus días con viajes, joyas, autos caros y todo lo que una mujer espera en sus fantasías juveniles.
Nunca supo muy bien porque, pero el destino quiso que así fuera. Después de una larga convivencia cada uno eligió un rumbo.
Carola puso un océano de por medio. Lágrimas y el dolor lacerante pero inevitable de la separación.
Antes de que el muriera, ella supo que fue la única que realmente amó.
Eso le produjo una tristeza interior que nunca pudo ahuyentar.
Después de algunos años lo intento nuevamente. El la atraía, nunca supo bien porque.
El se obsesiono con ella y la persiguió hasta que la soledad la harto y por fin creyó haber encontrado un ser con quien formar una nueva familia.
Al principio de la relación, ella noto sus reacciones agresivas, pero su lema era darles tiempo a las personas, y justificaba su temperamental carácter.
Se equivoco.
La vida le mostró su cara mas amarga.
Pero ella fue leal a su compromiso con el.
Una enfermedad crónica, lo convirtió en un ciclotímico, influenciando en la relación intima.
El maltrato y la descalificación continua hicieron que Carola se bloqueara y comenzara a tratarlo como un familiar más, al que solo la unía la obligación de un compromiso contraído
Así pasaron los años. Muchos años. Su sentido de familia iba más allá de las personas. Legado de los mayores que la impulsaba a seguir.
Sentía un vacío en el alma que compensaba con actividades de todo tipo. Cursos, salidas con amigas, cine, compras.
No recuerda bien cuando lo conoció.
Era lo que siempre soñó, es decir por lo que sabia de el y lo que ignoraba se lo imaginaba. El enigma la subyugaba.
Lo idealizaba y eso le producía una placentera sensación.
Sabia que era inalcanzable, no obstante, a través de los años el sentimiento se fortalecía.
Ya no pudo interesarse en ningún hombre, era ese o ninguno.
Y ese al que ella veía esporádicamente en reuniones familiares, se convirtió en cierto modo en el sentido de su vida. En cada encuentro el mundo detenía su andar. Se sorprendía del grado de sumisión que sentía pero no podía evitarlo.
A pesar de las oportunidades, ella renuncio a su condición de mujer. Estaba acompañada, pero era la persona más sola y más necesitada de cariño.
Solo quería sus besos, ser suya. Sentía que el la había hechizado, con sus silencios, sus miradas. De solo imaginar un contacto íntimo se emocionaba con una mezcla de miedo y ansiedad que le provocaba insomnio Y así vivió con ese espejismo ante los ojos.
Nadie iba a creerle, si lo contaba. Por eso guardo silencio durante todo el tiempo, hasta que el desvelo lastimo su salud.
Era feliz a su modo. Aceptando las miradas limosneras. Ella no era su elegida, al menos en apariencia era así.
Cuando el Padre Rafael la escuchaba, sentía que esta mujer vivía en un estado de virginidad por propia elección motivada por un sentimiento autentico y duradero.
Comprendió que el espíritu en su pureza no impide que lo terrenal
dañe la materia.
Y a pesar de ello, Carola vivía entregada a su pasión. Con una religiosidad digna de una abadesa.
Esa noche se sintió aliviada, alguien más sabia de su secreto, ese que ella guardaba tan celosamente como un tesoro.
Al que seguiría cuidando y tal vez, porque no, el destino se apiadara de ella y algún día le abriera la puerta hacia el camino de la dicha.
SILVIA N. FABIANI

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