El Loco
El viejo José vivía en una cabaña alejada del pueblo, a veces aparecía con su ropa raída y su larga barba entrecana. Todos lo conocían.
Algunos le atribuían poderes sobrenaturales.
Tenía un defecto en la lengua y arrastraba las erres, además de hablar bajo y pausado. Su mirada gris y penetrante brillaba cuando alguien lo consultaba y el auguraba algún hecho trágico.
En el último tiempo se lo notaba triste.
José tenía un sueño rondándole la vida.
Soñaba con tener un caballo y galopar en campo abierto, casi volar como los pájaros.
Cuando llegaban las fiestas los paisanos se acercaban hasta su rancho llevándole alimentos y bebidas artesanales que ellos mismos preparaban.
Vivía con su perro fiel y la guitarra se había convertido en su compañera inseparable. En las noches cálidas interpretaba canciones populares, sentado en su banquito de madera que el mismo había hecho. Le cantaba a la luna, decían.
Misterioso y enigmático generalmente acertaba en sus predicciones.
En vísperas de esa navidad escuchó un relincho, saltó de la cama y por la ventana vio un potrillo nervioso que con su pata golpeaba la tierra y sacudía la cabeza tironeando de la soga con que lo ataron a un palenque.
José no podía creer lo que veía. Su sueño se había convertido en realidad. Una sonrisa le iluminó el rostro.
A pocos metros de allí, escondidos detrás de unos tablones, los gnomos del valle, saltaban y se abrazaban regocijados al ver la felicidad de José. Silvia N Fabiani
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